¿Porqué olvidamos el paraguas?

El paraguas nos protege de la lluvia y del granizo. Nos ayuda a evitar rayos solares altamente perjudiciales que trascienden el espeso manto de nubes y se potencian al ser descompuestos por el prisma de las gotitas de lluvia (debo aclarar que este último dato no proviene de una fuente científica, sino que lo escuché por casualidad a dos señoras gordas con ruleros y pantuflas que hacían fila en la verdulería).

El paraguas es símbolo de impermeabilidad, protección, resguardo, amparo y seguridad. Entonces… ¿por qué demonios lo olvidamos tan fácilmente?

Posiblemente sea por que los paraguas no son accesorios cotidianos.
Es un elemento que está por fuera de todos los otros elementos que conforman nuestra rutina diaria.

Se utiliza solamente cuando la circunstancia lo requiere.

Sin embargo, ésta no es la única causa de nuestro olvido. Tengamos en cuenta que los paraguas mojados se dejan en un rincón apartado de la vista. Casi diría… en un rincón escondido. Como si avergonzaran a alguien. ¿Es indigno un paraguas mojado? ¿Antiestético quizá?

También es posible que nuestro subconsciente haya llegado a la conclusión de que en el mundo no existe nada más ridículo que nuestro paraguas. Esta hipótesis estaba casi descartada, hasta que los especialistas comenzaron a prestar atención a las excusas que la gente exponía al referirse a su paraguas. Por ejemplo:
- Salí apurado de casa y agarré el paraguas de mi mujer. Ojo. Aclaro nuevamente… no es mío ¿eh?
- ¡Ah! Este paraguas me lo regaló mi mamá. Es horrible, pero… ¿Qué le voy a decir?, pobre vieja.
- Justamente este paraguas me lo compré de apuro un día que se largó inesperadamente. Es feísimo, ya se, pero… era el único que había.

Si, la mayoría de las personas cree tener un paraguas ridículo y por eso se ve en la necesidad inconciente de excusarse… y de olvidarlo.

Un trabajo más completo, enlaza esta hipótesis con una reacción psicológica negativa, originada por los percances e infortunios ocasionados por el paraguas. ¿Quién no clavó un buen paraguazo en el ojo de algún peatón distraído? ¿Quién no enganchó sin querer una peluca mientras caminaba por la vereda? ¿Quién no ha sufrido la desgracia de un paraguas de botón sensible que se abrió en el transporte público, mojando e incomodando a todos los pasajeros? ¿Quién no trotó riesgosamente por una vereda resbaladiza porque el viento impulsó nuestro paraguas como si fuera la vela de un barco? Ni hablar cuando sopla tan fuerte que nos lo deja como una flor. Con las varillas hacia arriba, al mejor estilo de antena parabólica; como si fuera un radar portátil que está captando ondas espaciales. Una verdadera vergüenza.

Todos estos factores hacen que nuestro subconsciente califique al paraguas como un elemento negativo y desagradable. Por ese motivo no lo ubica dentro del conjunto de las cosas importantes e imprescindibles a la hora de volver a casa.

A pesar de todos los motivos que recién desarrollamos, creo que existen maneras de no olvidarse el paraguas. Una de ellas sería eliminarlo y reemplazarlo por una prenda de vestir de uso cotidiano. Un sombrero al estilo mexicano, pero con el borde del ala hacia abajo. O un sombrero chino gigante.

Otra manera sería tener la suficiente personalidad para aceptar nuestro paraguas, así como aceptamos nuestras limitaciones y defectos. Es feo, horrible, ridículo, si, pero es nuestro y debemos asumir esa responsabilidad.

Aunque, en realidad, la solución definitiva sería insertarlo en la lista de accesorios indispensables como el teléfono celular, el reloj pulsera, los dientes postizos, los anteojos de sol o la hipocresía. ¿Quién es capaz de olvidarse algunos de estos?

Alguien debería confeccionar un soporte para sujetar el paraguas a nuestro cinto, como si fuera la macana de un oficial de policía. No es mala idea.

Si retrocedemos en el tiempo y viajamos al medio evo (nada que ver con Evo Morales) veremos caballeros valientes en sus corceles, luciendo en sus anchos cintos, una espada. Bueno, el paraguas puede llegar a ser la espada del siglo XXI.

Lo único que falta es que un científico visionario lo equipe con algunas tecnologías que vayan desde aprovechar la energía calórica del verano para poner en funcionamiento un mecanismo de refrigeración personal, hasta lograr un paraguas volador, al mejor estilo Mary Poppin. Pero hasta que eso suceda, se lo puede utilizar como elemento de defensa personal, como prenda de vestir, como un accesorio que nos define e identifica y como… eh… ¡como paraguas! Claro.

La verdad, es que mientras los gurúes de la moda les den más importancia a la elegancia original que a la conveniencia práctica, irremediablemente, seguiremos olvidándonos el paraguas en cualquier parte.

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